Que un niño se sienta rechazado por un grupo de compañeros no tiene nada de extraordinario. Lo mismo sucede más adelante con las desilusiones amorosas: que casi todo el mundo las tiene alguna vez. Pero eso sí, también este tipo de rechazo es doloroso.
Entre los siete y los diez años, la familia ya no es el único centro de interés de los niños. A estas edades, el grupo de compañeros irrumpe con una gran fuerza: es la etapa de la socialización por los iguales. Surgen los primeros grupos, los primeros amigos fuertes y de verdad. Por primera vez se establecen estrechos lazos de dependencia afectiva, aunque no sean tan duraderos y trascendentes como los familiares. Y todo lazo afectivo importante implica riesgos: los celos, los desengaños, las amargas decepciones.
Hasta ahora los niños han construido su autoestima (el sentimiento del propio valor como persona) casi exclusivamente sobre la base de la valoración y el afecto de los padres, familiares más cercanos y algún que otro adulto, como los educadores. Los niños de la misma edad eran irrelevantes.
Pero ahora la aceptación, valoración y popularidad entre los compañeros cuentan mucho para la propia imagen y aceptación de sí mismos. Los rechazos, por lo tanto, son agudamente sentidos y menoscaban la imagen de sí mismos que se están construyendo.
Y el problema es que en los grupos de niños estos desaires se dan con una gran facilidad. Una vieja ley observada es que el hecho de excluir a algunos hace que aumente la sensación de cohesión entre sus integrantes. Y más aún cuanto mayor es la inmadurez emocional de los implicados; y a los niños todavía no se les puede pedir mucha. ¿No hemos visto mil veces cómo cuando un grupo de personas critican a otra parece que se sintieran más unidas? Esto permite proyectar la agresividad hacia afuera, con lo que el grupo se libera de ella, al menos por el momento, y se logra una relación más idílica.
Los padres no pueden aspirar a sustituir a los amigos, ni tampoco sería deseable. Eso sí, a esta edad, alrededor de los 8 años, aunque las amistades son ya muy importantes, la principal fuente de afecto, autoestima y seguridad sigue estando en la familia. Si el niño pasa por un momento difícil en el mundo de sus iguales, una dosis extra de atención, cariño y calor familiar lo ayudará a superar la crisis.